jueves, 25 de junio de 2020

De José a Antón

José Moreira Moreira. Primer fotógrafo en Porriño

     Nació en Porriño, en el barrio de Currás, donde siempre vivió, en 1.888. Sus estudios son los que se llevaban en aquella época: saber leer y escribir, las cuatro reglas aritméticas, algo de geografía, el catecismo y poco más. Sus primeros trabajos son las labores del campo y aprender el oficio de carpintero.

    En un pueblo donde la lectura de periódicos y revistas estaba limitada a sectores muy reducidos la llegada del conocimiento de la fotografía le viene por la relación con las gentes de las casas de Haz y de Ramiranes. Su natural inquieto le fuerza a profundizar en su conocimiento y decide que este es un oficio que debe aprender porque tiene futuro. Y así, en su juventud, se marcha a Pontevedra para trabajar como aprendiz con un afamado fotógrafo de aquella ciudad.

    Después de su matrimonio, en 1923, empieza a ejercer su actividad de fotógrafo en su domicilio, con una cámara de cajón sobre trípode, con carga de placas sensibles de cristal por un chasis y enfoque y contador de tiempos manual. Más tarde se hará con una cámara más moderna, con otra óptica, mejor ajuste de tiempos y disparador de cable.

    Sus primeros trabajos son retratar personas y los sucesos sociales. También y como era moda en aquellas fechas, personas fallecidas y sobre todo niños. Eran días de una fuerte emigración y por eso era frecuente enviar fotografías junto con las cartas que se enviaban a los parientes emigrados, desde todo el pueblo y las aldeas de la comarca. Esta faceta fue una fuente intensa de su trabajo y vivero de muchas anécdotas. Contaba que, en una ocasión, al hacer un retrato de un joven, de pié y apoyado en una columna, como era costumbre, éste se remangaba la manga izquierda, se sonreía de modo excesivo y ponía, de un modo muy ostentoso, el pañuelo que asomaba en el bolsillo superior izquierdo de su chaqueta. A sus requerimientos de que adoptase una postura más natural, recomponía su figura, pero en cuanto se ponía el paño sobre su cabeza para fijar el enfoque, sin saber que el fotógrafo lo estaba viendo, el joven volvía a recuperar la postura que él quería. Después de varios intentos frustrados, por fin salió la respuesta. Quería salir así porque en la carta les decía a sus parientes que había comprado un reloj de pulsera, que se puso un diente de oro y que tenía una pluma estilográfica.

     Sus métodos de trabajo eran muy curiosos. Cuando empezó no había luz eléctrica y por eso tuvo que usar la luz natural para la iluminación de las personas a fotografiar. Para eso en su estudio el techo y una pared lateral estaban cubiertos por cristales para recoger las luces cenital y lateral, que modulaba con un estudiado juego de cortinas. Más tarde, cuando ya hubo luz eléctrica, siguió con ese sistema, que dominaba, en vez de usar proyectores, que suponían una inversión y, sobre todo, aprender un nuevo método de iluminación.

     Como usaba placas de cristal para obtener el negativo, la eliminación de los defectos que había que corregir lo hacía con el retoque. Para ello, había hecho un pequeño pupitre que mediante un juego de espejos concentraba la luz solar debajo de la placa que iba a retocar. Esta labor la hacía en una habitación frente a una ventana situada al sur para recoger bien la luz del sol, sobre todo en el invierno. Y lo hacía siempre por las tardes que eran las mejores horas. Como era hombre paciente y metódico se ponía frente a su placa con los lápices bien afilados y sus barnices haciendo una labor muy meticulosa de puntos y trazos muy pequeños que diesen a la figura el aspecto que pretendía obtener. Eran horas de trabajo que hoy con un programa informático se hacen en minutos.

     Pasados los años y terminada la guerra civil, se implanta el documento nacional de identidad, con fotos de tamaño pequeño y en un papel distinto del que solía usar. Tuvo que ajustar sus chasis y el soporte en que obtener el negativo. Y lo hizo. El tamaño que solía usar era la tarjeta postal, de cartulina gruesa y con un revelado muy experimentado, que aun hoy conserva los mismos caracteres de su creación. El papel que exigía el DNI era más blando y su tamaño mucho más pequeño y, por supuesto, su revelado muy diferente y mucho más rápido.

    Durante varios años, siendo como era el único fotógrafo que había, atendió la demanda que pedían estas obligaciones. Pero los años se iban acumulando y restando ímpetu y ganas de responder a las urgencias y los cambios técnicos que éstas exigían.

    Su continuador, el padre de Lola Burgos, tomó la labor de salir a la calle con una cámara manual, después de que José Moreira le hubiese enseñado las labores de laboratorio en su estudio, dado el alto grado de amistad que se profesaban.

    Y así su labor fue disminuyendo hasta que sus facultades mermadas por la edad lo obligaron a cesar en su actividad, con lo que había sido su pasión y fuente de ingresos. Sin embargo, su obra debe estar en muchas casas de aquí y en la emigración.

Publicado por Esteban Fernández Valverde, yerno de José Moreira, en el nº 4 de la revista MALLADOURA de Mayo de 2002

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