ORIGEN Y JUVENTUD
Sus padres se llamaban Antonio Fernández Rodríguez y Juana Miniño Barciela. Vivían en una casa en la calle Fernánde Areal, que hacía esquina con la bajada al antiguo Campo de la Feria. La casa fue demolida cuando se trazó la actual carretera de Tui, desde la calle de Antonio Palacios hasta la Puente Nueva, aprovechando la llamada Calle Nueva, vía arbolada que pasaba ante la Escuela Graduada, siguiendo por el Campo de la Feria y la Alamenda, lugares ambos ocupados actualmente por el llamado Parque Infantil. Todavía hoy se puede ver huellas de su existencia en la pared de la casa de Gabino Pexegueiro, con la que colindaba.
Era el segundo de los hermanos, Le seguían, José, Jesusa, Eduardo Carmen y Rogelio. A José, Eduardo y Rogelio los mataron cuando estalló la guerra civil.
Su padre tenía una zapatería y fabricaba, preferentemente zuecos. Antonio trabajaba también con su padre. La madre cuidaba la casa y atendía los animales que criaban en la finca del Aviseiro. En esa finca dedicada a monte antes de ser comprada por sus padres, debió ayudar mucho Antonio a transformarla en tierra de cultivo y viñedo, porque siempre mencionaba su labor y esfuerzo en compañía de su padre.
Dejó la escuela a los once años, suceso frecuente en aquellos tiempos. Recordaba que el maestro le quería bien a pesar de que era algo rebelde. Tal vez se debía a que en una redacción libre que les había mandado hacer hablaba de un pájaro enjaulado al que él dejaba en libertad. El maestro decía: tieen un caracter fuerte, pero su alma es sensible. Por aquel entonces un familiar de su padre, de la familia de los Chanleiros, le ofreció la posibilidad de estudiar para cura; le dijo que para cura que no; si fuese para abogado, seguro que aceptaría.
De joven, además de trabajar en la zapatería, formaba parte de la banda de música de Porriño, en la que tocaba el saxofón. Esta actividad la compartía con su hermano Pepe, que tocaba la trompa. Uno de los rasgos más característicos de su temperamento fue el rechazo a todo tipo de injusticia, por lo que pese a su juventud se enfrentó al director de la banda reclamando la misma paga por actuación para él y su hermano en regimen de igualdad con los demás componentes. Esto que hoy veríamos como la cosa más normal era en aquel entonces casi un atrevimiento. Hasta que un muchacho no hubiese cumplido el servicio militar no podía considerarse un hombre y debía aceptar lo que dispusiesen los mayores. No obstante, el siguió con su demanda y consiguió su equiparación en paga ya que la tenía en oficio. El director, al ceder, farfulló: “estos Tutes...”. De aquella época recuerda que en un certamen de bandas de música en la que participaba la de Porriño, una de las piezas que llevaban preparada era el pasodoble “Puenteareas”, y dándose el caso de hallarse entre el público el compositor Soutullo, autor de la obra, el director porriñés le cedió la batuta al maestro. Antonio tenía que ejecutar un solo de saxofón, y a pesar de sus escasos 19 años dio cumplida y satisfactoria cuenta de la encomienda, lo que le valió la felicitación de Soutullo.
EN BRASIL
Cuando le llegó la edad militar estaba en pleno apogeo la Guerra de África. Para librarse de ella emigró a Brasil, allá por el año 1910. Hizo el viaje en el vapor inglés Alcántara, (el primero con este nombre, más tarde, en los años cuarenta de masivas emigraciones, se había flotado uno más moderno y de mayor tonelaje), en compañía de su cuñado Casimiro, primer marido de su hermana Ramona.
Empezó trabajando en casa de una aristócrata que se vanagloriaba de que su nombre figurase en el Gotha, anuario genealógico alemán en el que solamente se nombraba a las familias de rancio abolengo. Dejó ese trabajo, tan poco apropiado a su manera de ser, y entró en una fábrica de calzado de las más importantes de Río de Janeiro, en la que llegó a ser oficial de primera y diseñador. Le hacían el calzado a las artistas del Teatro Nacional, así como encargos de las compañías de ópera que venían a la capital. La vida laboral, su contacto con obreros de escaso sueldo, las precarias condiciones de los trabajadores sin las mínimas ayudas sociales, y la influencia vivida en su casa en un ambiente liberal y republicano (su padre tenía entre otros libros de autores progresistas la "Historia de España" de Pi y Margall, que había sido el presidente de la Primera República, entonces anatemizada por los monárquicos), fueron llevándole a frecuentar reuniones sindicalistas en donde llegó a tener intervenciones que pronto le hicieron destacarse y empezar a ser conocido en los ambientes defensores de los derechos de los trabajadores.
La caída de un albañil desde un andamio, que le produjo la muerte en plena calle, fue el detonante de su inmediata incorporación a los movimientos sindicales. El accidentado era un emigrante italiano, sin familia en Brasil, ni nadie que pudiese hacerse cargo de su cadáver. En un gesto de solidaridad, los compañeros de trabajo, iniciaron una suscripción para su traslado a Italia. Antonio instó al sindicato a sumarse a la colecta y a que realizase gestiones ante la Embajada Italiana, consiguiendo su repatriación. Pero sabía que esa no era la solución. Había que trabajar y luchar por la consecución de un fondo de protección para casos similares, o de enfermedad, o de gestiones de defensa jurídica y laboral de los trabajadores. Y sabía que eso sólo se conseguiría con unos sindicatos fuertes y confederados. Y a eso dedicó mucho de su tiempo libre y sus esfuerzos. Andando el tiempo, su dedicación y fe en su trabajo le llevaron a desempeñar el cargo de secretario general de la Confederación de Trabajadores de Río, que reunía a unos cien mil obreros.
Ni que decir tiene que esa trayectoria fue el fruto de muchos esfuerzos y muchos disgustos. En primer lugar, el no era natural de país. No escribía su lengua, y tenía que redactar la correspondencia, los manifiestos, elaborar proyectos de leyes laborales para presentar al Senado, reunirse con representantes de la patronal en luchas siempre desiguales por la protección que éstos recibían de los poderes públicos, y escribir artículos para ser publicados en periódicos afines a los intereses de los trabajadores, pronunciar mítines, etc. Y en segundo lugar, necesitaba algo más que netusiasmo para poder realizar toda esa labor. A Brasil llegaban los ecos de los movimientos socialistas que recorrían los países europeos. Una efervescencia contagiosa que se extendía vertiginosamente en los ambientes intelectuales y obreros del viejo y del nuevo mundo. Las ideas marxistas y la utopía de una pronta emancipación de la clase trabajadora caían como lluvia de mayo en los eriales de los desheredados. Proliferaban los centros de estudios políticos cuyas actividades de información y formación acogían a cuantos se sentían afines a estas ideas. Y alguno de estos centros acudía Antonio. En uno de ellos conoció al Doctor Oiticica, filólogo, escritor y poeta, políglota, profesor de universidad y hombre de profunda formación liberal, quien se brindó a darle clase de gramática portuguesa, indispensable para el idioma escrito, ya que el hablado lo dominaba bastane bien. No solo recibió esas clases sino que cultivó durante largo tiempo su amistad.
Por razones de su cargo, llegó a trabar una gran amistad con Mauricio de Lacera, hijo del entonces presidente de Brasil, abogado de prestigio y escritor, cuyo bufete llevaba asuntos de la Confederación de Trabajadores. Hombre de talante liberal y progresista, hacía causa común con muchos de los postulados de la Confederación, expresando con frecuencia, en su colaboraciones de prensa, puntos de vista políticos muy distantes de los de su padre. Esta amistad le fue de gran utilidad a Antonio pues a través de ella recibía valiosa información sobre legislación laboral, medidas represivas contra los líderes sindicales, infiltraciones de soplones en los movimientos huelguísticos, lo que les permitía desarrollar sus actividades con argumentaciones convincentes y con una cierta tranquilidad, ante las fuertes presiones de determinadas empresas en cuyos consejos de administración había representantes de países extranjeros que en la sombra sobornaban a los políticos buscando franquicias para sus productos y preferencias comerciales contrarias a la neutralidad del país, de políticos corruptos, de la banca y de la iglesia (el obispo de Río tenía acciones en una fábrica en la que se infringían castigos corporales a sus trabajadores, y por airear, debidamente documentada, esta circunstancia, los dirigentes de los sindicatos fueron perseguidos sañudamente, teniendo que pasar en más de una ocasión por la comisaría de la policía, entre ellos Antonio. Estas persecuciones que se producían cada vez que sacaban a la luz pública casos de corrupción política le obligaban a tener que ocultarse por algún tiempo, y lo hacía en un chalé -segunda residencia- que el citado Sr. Lacerda tenía en la falda del famoso Corcovado, en Río, de cuyo inmueble poseía una llave que el propietario le había dejado para casos similares. Estas fuerzas fácticas pretendían tener una clase obrera sumisa y temerosa, que no creara problemas, tanto en demanda de mejoras salariales, como en la convocatoria de huelgas. Se hacían grandes negocios: la guerra en Europa (Primera Guerra Mundial 1914-1918) estaba en su apogeo; los contendientes necesitaban mercancías, sobre todo alimentos, ropas, calzado, maquinaria, etc. y estas empresas no querían perder el ritmo ni de la producción ni del beneficio. Sabían que la guerra no iba a durar siempre; había que aprovecharse. Y los trabajadores también querían su parte. Sabían que ese conflicto no era sólo de ideologías, sino también de intereses. Las grandes empresas luchaban por los mercados. Y los obreros intuían, mejor aún, sabían por experiencia, que el capital era su antagonista y que si querían dignificar su estatus y conseguir mejoras también tenían que hacer su lucha. La filosofía marxista hablaba de un mayor y más justo reparto de los bienes producidos, y esto les parecía, además de necesario, lógico. Un axioma de Marx: "el capital es trabajo acumulado", que Antonio repetía, avalaba y justificaba su lucha.
De la importancia que Antonio llegó a tener en las actividades reivindicativas, da medida el que el prefecto de la capital, cargo equivalente al de alcalde y representante del gobierno en la ciudad, queriendo apartarle de su vinculación directa en los movimientos obrerísticos, le propuso su integración como miembro del Senado. Sabiendo que era una estratagema, toda vez que el número de senadores progresistas era exíguo y que su voz iba a quedar silenciada, rehusó el ofrecimiento.
A pesar de su cargo, nunca dejó su trabajo en la fábrica de calzado. No cobraba nada por sus funciones de secretario del sindicato; su sentido ético no se lo permitía. Idealista en alto grado, entendía que su colaboración era una causa en la que creía, tenía que ser forzosamente altruista. Pese a su identificación con el mundo del trabajo le gustaba vestirse elegantemente. En cuanto dejaba su trabajo, cambiaba las ropas de faena por prendas adecuadas a cada estación del año, tocándose con frecuencia con sombrero, de paja en épocas de calor, y en las menos calurosas con flexibles modelo Borsalino, que el famoso sombrerero italiano había puesto de moda en Europa y América.
Su asiduidad a las redacciones de dos periódicos de la capital, en los que colaboraba on frecuencia, le permitió conseguir el carnet de periodista. De este modo, pudo acceder gratuítamente a las funciones de los teatros Nacional y de la Ópera, espectáculos ambos a los que llegó a ser gran aficionado. Se sabía el argumento de las principales óperas de repertorio, así como las arias de tenores o barítonos, que sobre les cantaba a sus hijos cuando eran jóvenes. Había oído cantar a Tito Skipa, a Gayarre, a la Tebaldi, y recordaba las actuaciones de la gran Margarita Xirgú, fiel intérprete de Galdós y Dicenta. Cultivó también la lectura, sobre todo de historia y geografía; ensayo político, novela, poesía y teatro; de éste último era muy conocedor.
Terminada la guerra, con el triunfo de los aliados, la política brasileira hasta entonces tibiamente neutral, se orientó de manera decidida por los vencedores. Alemania perdió la fuerte influencia que tenía en el país, su colonia de emigrantes estaba muy organizada, con mucho apoyo de su embajada y consulados, con periódicos editados en alemán en varias ciudades y funcionando casi como una quinta columna política, ocupaba el cuarto puesto en número de inmigrantes detrás de Italia, Portugal y España. Esta orientación motivó una fuerte presión de las cancillerías de las potencias vencedoras para conseguir mayores ventajas para sus intereses. La balanza comercial se inclinaba casi exclusivamente hacia estos países que veían así reforzada su posición en lo financiero y, claramente unas veces y solapadamente otras, en lo político. De esta preponderancia se aprovecharon algunas de estas naciones para conseguir del gobierno brasileiro la declaración de personas non gratas a aquellas que habían perjudicado los intereses de empresas de su nacionalidad, aún cuando éstos fuesen perseguidos fraudulentamente, o a través de políticos corruptos, sólo por el hecho de haber sido públicamente denunciados por las citadas personas o por los colectivos los que pertenecían.
Una de estas personas non gratas fue Antonio. Recordaba irónicamente que el billete de su regreso a España lo había sufragado el gobierno de su graciosa majestad el rey de Inglaterra. Porque fueron los ingleses, dolidos por habérsele aireado la compra clandestina de material estratégico a un país neutral, a espaldas de la legalidad y del pueblo, quienes solicitaron su deportación. Contaba también que pese a que su destino era Vigo, al notar que estaba siendo vigilado por un individuo que durane el trayecto se le hacía el encontradizo, temiendo alguna añazaga para conducirlo a Inglaterra, aprovechando un descuido de éste, bajó a tierra en Lisboa, desde donde se dirigió a Porriño en tren.
Su vuelta a Porriño fue un tanto atípica. En aquel entonces se pasaba el charco para hacer las Américas, es decir hacer fortuna. A quien la hacía, al tornar, se le conocía como indiano, y de los que no tuvieron suerte se decía que se le habían caído las maletas al mar. No fueron ni lo uno ni lo otro en el caso de Antonio: en sus maletas trajo una profesión y unos ideales que para bien o para mal marcarían su destino.
Terminaba así su periplo brasileiro, muy determinante en su vida, del que siempre guardó un vivo recuerdo y que fue tema constante en sus frecuentes e interesantes charlas en las que, a la amenidad de su conversación, añadía siempre su sentido ético y profundo de la vida.
DE NUEVO EN PORRIÑO
A su regreso al pueblo reanudó el trabajo en el taller paterno, esta vez confeccionando calzado de encargo, tanto de hombre como de mujer. Rondaba entonces los veintisiete años, edad todavía considerada de reclutamiento, por lo que tuvo que incorporarse al servicio militar siendo destinado a Ferrol como soldado de artillería. Eligió la modalidad de soldado de cuota que consistía en el abono al erario público de una cantidad de dinero que permitía, una vez finalizado el periodo de instrucción, disfrutar de un permiso indefinido hasta la terminación del tiempo de mili, así como pernoctar fuera del cuartel. Continuaba aún la guerra de África, por lo que el permiso indefinido quedó suspendido, si bien pudo quedarse en la península toda vez que su quinta hacía años que había sido licenciada, teniendo, por esta circunstancia, que cumplier los dos años de alistamiento en vigor.
De su estancia en Ferrol recordaba con especial cariño las veladas musicales en la fonda donde paraba. El propietario y una de las hijas formaban parte de la Orquesta del Teatro Jofre y con frecuencia ensayaban en su propia casa. Un día Antonio se acercó al piano en el momento en el que pianista terminaba una hoja de la pertitura y se la pasó. El dueño de la fonda le preguntó si sabía música, a lo que Antonio contestó afirmativamente. Desde ese momento le invitaron a sumarse a los conciertos informales que improvisaban en la casa, sobre todo los sábados por la noche, en lo que Antonio cantaba romanzas de zarzuela. Otra de las cosas que contaba -y de las que presumía, mejor dicho, sonreía al contarlo- era su destreza en el manejo del telémetro (aparato para regular el punto de mira de los cañones, que le había valido la felicitación del oficial artillero). Durante los permisos trabajaba intensamente en el taller para recuperar el dinero empleado en pagar la cuota de soldado. Por este tiempo empezaba a enamorar a la que fue su esposa Saladina.
Terminado el servicio militar se casó y se estableció por su cuenta. Montó su taller en el que estuvo el Colegio Santo Tomas, en la casa que hace esquina en las calles Manuel Rodríguez y Fernández Areal. En ese edificio también estuvieron en ese tiempo la Casa del Pueblo y un salón de baile llamado "La Paloma". Curiosamente, en la posguerra tuvieron su sede allí el Frente de Juventudes y el Auxilio Social. Fabricaba calzado de todo tipo, incluídos los típicos zuecos. Era como una pequeña fábrica en la que llegó a tener seis máquinas para la confección de los moldes y montaje y varios empleados. Estos le llamaban maestro y lo fue de la mayoría de éllos, si bien él decía que el único que había aprendido el oficio como era debido había sido el Sr. Isaías.
EL MATRIMONIO
Antonio Fernández y Saladina Valverde Mayo se casaron el día 19 de Mayo de 1924. Tuvieron siete hijos de los cuales dos murieron. Antonio, nació el 2 de Enero de 1925, a las 9 de la noche. Falleció el 20 de Enero de 1925 a las 5 de la tarde.
Esteban Juan, nació el 2 de Noviembre de 1926, a las 11:30 de la noche.
Antonio, nació el 3 de Noviembre de 1927, a las 11:30 de la noche.
Eduardo, nació el 29 de Diciembre de 1929, a las 11:15 de la noche.
Carmen, nació el 4 de Noviembre de 1931, a las 11:15 de la noche. Falleció el 16 de Agosto de 2001, a las 2:30 de la mañana.
Eulogio, nació el 12 de Diciembre de 1932, a las 5:30 de la tarde. Falleció el 26 de Junio de 1933, a las 5 de la tarde.
Poema de Antonio Fernández por el aniversario de sus hijos a su compañera Saladina Valverde mientras estaba escondido en Sanguiñeda para evitar ser asesinado por los falangistas |
ACTIVIDADES DE ANTONIO
Los primeros años de su vida matrimonial coincidieron con la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). El general Primo de Rivera, siendo capitán general de Cataluña, da un golpe de estado en Septiembre de 1923, poniendo fin a los gobiernos de alternancia que desde la llegada al trono de Alfonso XIII (año 1902), habían ostentado los partidos conservador y liberal. Estos gobiernos, prácticamente al servicio de las clases altas, no supieron canalizar de forma pacífica las reclamaciones de las clases populares que se manifestaban a través de los partidos y sindicatos de izquierda. La crisis económica que siguió a la Primera Guerra Mundial con cierre de empresas, desempleo y la falta de un proyecto político que diera solución a los problemas del país, favorecio el auge del movimiento obrero destacando la coordinación entre la UGT y la CNT, que ante el descenso del nivel de vida forzaron su actividad con protestas y huelgas, consiguiendo en 1920 la reducción de la jornada laboral a ocho horas y una mejora de los salarios.
El descontrol gubernamental, acrecentado por los desastres militares en Marruecos (sólo en la batalla de Annual se contaron 14.000 muertos o desaparecidos) de los que la opinión pública culpaba en gran medida a Alfonso XIII por su nefasta participación en la política militar y ante el temor de las clases dominantes por el crecimiento de afiliados a partidos de izquierda y sindicatos que reivindicaban sus derechos ante los despidos masivos y cierre de los centros de producción, sin ningún tipo de ayuda para mantener a sus familias, con huelgas y manifestaciones populares cada día más numerosas, en demanda de soluciones urgentes a la caótica situación del país. La llegada de Primo de Rivera al poder, aceptado por el Rey y el ejército, y apoyado por la burguesía (terratenientes, industriales y comerciantes) y la iglesia, propició un período de prosperidad y de tranquilidad al menos aparente.
En los dos primeros años de su mandato Primo de Rivera, con su Directorio Militar, suspende las libertades, reprime el movimiento obrero (disuelve la CNT), suprime los partidos políticos y pone fin al terrorismo entre facciones de los empresario, poderes fácticos y obreros, cuya mayor virulencia tuvo lugar en el año 1920. En la segunda etapa (Diciembre de 1925-Enero de 1930, Directorio Civil), coincidiendo con la bonanza económica internacional, los llamados "Felices Años Veinte", en que la euforia de la industria y el comercio, que hacía correr ríos de dinero con la reconstrucción de la Europa devastada en la Primera Guerra Mundial, favoreció al gobierno de tecnócratas de la Unión Patriótica que llevó a cabo la construcción de pantanos y la mejora de la red eléctrica, produciéndose en ese tiempo un aumento de la producción industrial. La prosperidad y la tranquilidad (ésta, como decíamos antes, aparente) duraron poco. Ni el gobierno ni los industriales supieron prever las dificultades que se avecinaban; los presupuestos generales del estado no adoptaron medidas estructurales que permitiesen afrontar los nuevos retos que los países emergentes estaban ocasionando a nuestros productos en los mercados exteriores; la industria, con unos planteamientos de fácil lucro y despilfarros en la vida social, tardó en reaccionar y dejó que sus instalaciones quedasen obsoletas y su maquinaria desfasada. Como no podía ser de otro modo, esta falta de previsión abocó al país a una grave crisis que, nuevamente, causó cierre de fábricas, proliferación de huelgas, de despidos, en lo que la peor parte, como siempre, fue para las clases trabajadoras y las familias humildes. esta vez las protestas de los trabajadores que ven como se quedan sin su única fuente de ingresos, son arropadas por los sindicatos y los partidos de izquierda, los intelectuales y universitarios, así como por los partidos catalanistas; la fuerte presión de estos colectivos y la crisis económica internacional, de 1929, y la falta de un programa político (y no sólo el recurso a la fuerza) hicieron que Primo de Rivera presentase su dimisión en Enero de 1930. A su dimisión le siguieron los gobiernos del general Berenguer y del almirante Aznar, período conocido como la "Dictablanda".
El descrito de Alfonso XIII, por su apoyo a la dictadura, y la falta de los partidos tradicionales, provocaron un auge del republicanismo que tuvo su máximo exponente en el pacto de San Sebastián (Agosto de 1930) entre socialistas, republicanos y catalanistas de izquierda, para la instauración de una república democrática. Tras la convocatoria de elecciones municipales, con una amplia victoria de la coalición republicano-socialista, el Rey abandona el país y se proclama de forma pacífica la Segunda República (14 de abril de 1931).
Esta introducción, quizás un tanto extensa, se hace necesaria para analizar los comportamientos de Antonio, sobre todo en una época de su vida de la que menos conocimiento tengo, al igual que mis hermanos, por no ser tema habitual de sus conversaciones, y quizás también porque tras la derrota de la república, con la que caían también muchas de sus ilusiones e ideales por conseguir un mundo mejor y más equitativo, lo llevaron a evitar inculcar en sus hijos sentimientos de rencor y odio hacia personas mezquinas que por el simple hecho de defender ideas políticas contrarias, o por envidias profesionales, le hicieron mucho daño con falsedades y denuncias en los días precedentes a la guerra y cuando ésta estalló se vió obligado a dejar la casa y permanecer oculto hasta su terminación. Creo que fue ese el motivo principal de no contar a sus hijos pormenores de ese tiempo crucial. Según su hijo Eduardo, cuando éste tenía 14 años le dijo “No olvides nunca lo que ha pasado, pero no odies; el odio solo genera odio y eso no es bueno. Procura tener un criterio propio y vivir de acuerdo con él. Esfuérzate en cumplir tus promesas y si sabes de antemano que nolas puedes cumplir, no las hagas”. Y ten siempre presente que no eres más que nadie, pero tampoco eres menos que nadie”.
No obstante, esta falta de información directa no quiere decir que desconozcamos algunas de las actividades desarrolladas por Antonio en ese periodo. En alguna ocasión contaba episodios de su etapa como secretario del Liceo Artístico (equivalente al Círculo Recreativo Cultural que existe en Porriño hoy en día), y de su participación en la fundación del Centro Cultural, así como su colaboración en un periódico madrileño, de orientación anarquista que se llamaba “La Tierra”.
Antes de entrar en materia, quisiera hacer una aproximación a la personalidad de Antonio que pueda servir de contraste en la definición de sus comportamientos, que años más tarde le harían vivir duras vicisitudes a él y a toda la familia. Tenía un carácter fuerte y un tanto autoritario, con un alto sentido de la justicia y la ética, y partidario en lo político y social hacia posiciones de izquierda pero no exactamente de un partido determinado sino más bien en las ideas difundidas por los teóricos del Anarquismo: el francés Proudhon y los rusos Bakunin y Kropotkin, de los que había sido atento lector, que preconizaban desde la evolución social científica a la libertad individual sin impedimentos para lograr un orden lo más perfecto posible para la humanidad. Estas ideas desarrolladas en España por el anarquismo catalán y la obra del vigués Ricardo Mella influyeron, sin duda, en su postura política. Su estancia en Río de Janeiro en donde, como ya se dijo, llegó a desempeñar un cargo importante en los movimientos obreros, relacionándose con emisarios de varios países recibiendo y proporcionando información de primera mano con organizaciones laborales europeas y sudamericanas, con intercambio de acuerdos y directrices, le habían dado una formación en ese campo que, de nuevo en Porriño, resultaba excesiva en un pequeño pueblo que entonces no llegaba a los ocho mil habitantes.
¿Cuál sería entonces su actitud ante las distintas situaciones políticas y sociales que se desarrollaron en España en tiempo de la Dictadura de Primo de Rivera? ¿Cómo reaccionaría ante un gobierno que suspendía las libertades, suprimía los partidos y obligaba a disolver a la CNT, reprimiendo todo asociacionismo obrero? Ni que decir tiene que su opción era claramente afín a la clase trabajadora. Cierto que personalmente nada podía hacer ni tampoco de forma colectiva, toda vez que no pertenecía a ningún partido, pero su opinión ante los desmanes del poder la expresaba abiertamente en cualquier tertulia de veinos y amigos con los que compartía los pocos momentos de tiempo libre que le dejaba su trabajo. Y aún duratne el trabajo. En aquel entonces, además de los cafés, y las tabernas eran lugares de reunión las peluquerías y los talleres de zapatería. Y el taller de Antonio no era una excepción: tenía una clientela muy extensa que abarcaba todo el municipio de Porriño, gran parte del de Mos, y varias parroquias viguesas. Los clientes habituales, y más allegados, pasaban sus horas libres en esos puntos y las conversaciones que normalmente se iniciaban con temas locales terminaban siempre recayendo en la política. Eran tiempos en que el poder caciquil estaba en todo su apogeo. Los políticos gallegos con aspiraciones a participar en el gobierno nacional tenían en sus zonas de influencia gentes afines a las que protegían y favorecían con prebendas, asegurándose así su fidelidad y obediencia. Estas gentes tenían a su vez colaboradores en las parroquias y pequeños lugares que les servían de confidentes y de agentes de propaganda cada vez que se celebraban elecciones. Fueron precisamente estas prácticas caciquiles con sus conciliábulos, compras de votos, presiones laborales y económicas, apoyadas desde los estamentos conservadores políticos y empresariales, con la colaboración en muchos casos de la iglesia, las que propiciaron la fractura de las llamadas “dos Españas” que había de culminar trágicamente en la Guerra Civil.
En Porriño ostentaba la representación de este poder el farmacéutico José Carrera Ramilo, que llegó a ocupar el cargo de gobernador civil en dos provincias españolas. Fue el hombre de confianza de Gabino Bugallal, conde de Bugallal, ponteareano, que ejerciera como ministro de la nación en las carteras de Hacienda e Instrucción Pública, en varias ocasiones. Además de farmacéutico, Pepe Carrera, que así era conocido, llevaba la corresponsalía de varios bancos -entonces no había sucursales bancarias en los pueblos pequeños-, lo que le permitía conocer la economía de los pequeños empresarios y comerciantes de la villa, y desde ese conocimiento practicar una política de amiguismo con los que le eran adictos reteniéndoles las letras vencidas hasta que pudiesen pagarlas en tanto que a los que sabía que no les daban su voto las devolvía a los proveedores a veces antes de su vencimiento. Esta última práctica hacía peligrar el crédito de los así tratados antes sus suministradores con el consiguiente perjuicio que ellos les suponía. También a su corresponsalía llegaban dineros que los emigrantes en América Latina enviaban a sus familiares. Y también aquí la misma poítica: aviso o entrega inmediata a los afines, y con demora de tres o seis meses a los contrarios, alegano en estos casos que todavía no habían llegado, prometiendo una gestión rápida, vendiéndoles el favor, tratando de llevarlos a su redil.
Cuando Antonio se enteraba de alguno de estos casos se irritaba y les decía a los perjudicados que denunciasen a las entidades bancarias el tratamiento que se le hacía y en el caso de los emigrantes que enviasen por otro medio las ayudas, haciéndole él mismo, en algunos casos, los trámites necesarios para ello. Su espíritu libre y su sentido de la justicia hacían que se sublevase ante esos abusos, manifestando públicamente su repulsa. Su actitud que hoy nos parecería normal no lo era en aquel entonces, en un pueblo pequeño y pobre, en donde con frecuencia había que pedir a crédito las medicinas, o solicitar de favor para llevar a un familiar enfermo a un hospital de la beneficienia... y siempre había que recurrir a los mismos, y agachar la cabeza... Pero Antonio no sabía pedir, ni se doblegaba. Por eso no se callaba. Y llegó un tiempo en que le pasaron factura.
La personalidad de Antonio se ve reflejada en dos anécdotas que ilustran su sentido de la justicia y la ética: la primera, contaba que en una ocasión había ido a la oficina de correos a certificar una carta y se encontró con una señor mayor cliente suya, vecina de Chenlo, que venía a poner un giro para un nieto que estaba haciendo la mili en Melilla. Eran las doce y media y Correos cerraba a la una y la ventanilla estaba cerrada -”Ya estuve ayer y no pudo ponerlo, porque también estaba cerrada aún cuando falta un cuarto de hora para la una, y creo que hoy tampoco voy a poder. Dos viajes en vano”. Una mampara de cristales traslúcidos separa el despacho del administrador del lugar reservado a los usuarios. Se oía la charla y la risa del funcionario con otra persona cuyas siluetas se veían a través de los cristales. Antonio dejó pasar un tiempo prudencial y dando un fuerte golpe en el mostrador hizo que abrieran la ventanilla: Se asomó el administrador y le dijo si no había visto que estaba cerrada. “Ya lo he visto, pero debe estar abierta, aún no es hora de cierre y quiero certificar una carta” “Démela” le contestó “No, primero atienda a esta señora que lleva esperando más de media hora, y es el segundo día que viene a pie desde Chenlo para enviarle un dinero a su nieto que está sirviendo a la Patria en Marruecos, mientras Ud. está de cháchara en horas de trabajo y sin atender al público que es quien le paga” A regañadientes la atendió, mientas la pobre señora miraba atónita a Antonio...
La segunda fue en en ocasión de unas reñidas votaciones en las que Don Pepe Carrera tenía mucho interés en conseguir el voto de Antonio. Sabiendo que directamente no podía lograrlo buscó como intermediario a su suegro Esteban, padre de su esposa Saladina. Esteban era un hombre muy aplomado, buena persona y muy respetado. Cumpliendo la encomienda le dijo: “Antonio, te voy a pedir un favor. Sabes que Don Pepe me aprecia y yo le respeto. Quiere que en estas votaciones le des tu voto y yo te lo pido como cosa mía” Antonio le contestó “Ud sabe que yo le quiero y le aprecio, pero mi voto, aunque no fuese Ud. y fuese mi padre quien me lo pidiese le diría lo mismo: mi voto es mio y sólo se lo daré a la persona que considere digno de él, hágaselo saber”.
LA REPÚBLICA
El advenimiento de la Segunda República (14 de abril de 1931) fue recibido con gran alegría y alborozo por los republicanos, los partidos políticos de izquierda, la mayoría de los intelectuales y la casi totalidad de la clase trabajadora y del pueblo llano en general. En todos los pueblos y ciudades españolas se produjeron manifestaciones espontáneas celebrando el acontecimiento que ponía fin a una etapa de rigidez política y falta de soluciones prácticas a los grandes problemas del país que afectaban, sobre todo a las gentes modestas, y abría un horizonte esperanzador a un pueblo falto de libertades y sin fe alguna en el porvenir.
Proclamada pacíficamente la República tras la expatriación de Alfonso XIII, se formó un gobierno provisional presidido por Niceto Alcalá Zamora. En Octubre del mismo año le sucede en la presidencia Manuel Azaña. Los tres primeros años de la República son de una gran efervescencia política: se aprueba la Constitución; se reconocen las libertades políticas; se la concede por primera vez el voto a las mujeres; se aprueban los matrimonios civiles y la primera ley de divorcio de la historia española; se elabora un ambicioso programa de obras públicas (mejora del ferrocarril, política hidráulica, construcción de presas y canales, etc); sustitución de la enseñanza confesional por la escuela pública y laica; se promociona la vida cultural desarrollándose una gran actividad artística y literaria, etc.
Esta efervescencia también tuvo su reflejo en Porriño. Independientemente de los cambios en el poder civil, alcalde y concejales, la nueva política, con su apertura a las libertades, propició el nacimiento de un asociacionismo colectivo que fructificó en la creación de la Casa del Pueblo, sede del Partido Socialista y de la UGT en lo institucional, y en el terreno cultural la fundación del Centro Cultural de Porriño, en cuyo seno tuvieron cabida el Centro de Estudios Sociales y Científicos y el Cuadro de Declamación.
Antonio colaboró intensamente en las distintas facetas de este Centro Cultural desde su inauguración. Contaba que antes de abrir sus puertas habían hecho un pedido de libros para la biblioteca de la Editorial Mauci, de Barcelona, y que ésta, como regalo, les había enviado una colección de láminas de anatomía e historia natural entre las que se encontraban dos desnudos de hombre y mujer, que colocaron en las distintas dependencias del centro, lo que les valió la crítica y censura de los poderes fácticos que los tildaron de libertinos y de querer corromper las normas de una sana convivencia vecinal.
Formó parte del Centro de Estudios y en el mismo participó en la elaboración de un manifiesto dirigido al pueblo de Porriño, publicado el 25 de Enero de 1934, sobre el estado ruinoso de la Escuela “Fernández Areal” tratando de concienciar a los ciudadanos a recabar la ayuda del Ayuntamiento para su rehabilitación, así como exigir de la Junta del Patronato que tenía a su cargo el funcionamiento de la misma que informase de los datos que obrasen en su poder sobre ese tema, con el fin de recuperar el patrimonio y la función de dicha escuela, uyo abandono suponía un baldón para el pueblo y que era necesario corregir. Como era de suponer, este manifiesto no fue del agrado de los miembros del Patronato, formado en su mayoría por los que siempre ostentaron el poder, que veían peligrar su hegemonía con esos actos reivindicativos. Algo similar ya les había pasado cuando siendo Antonio el secretario del Liceo Artístico pidieron a la anterior directiva los libros de cuentas y el inventario de la sociedad, negándose a entregarla, por lo que decidieron acudir al gobernador civil de la provincia D. Osorio Fernández Tafall -con el que Antonio llegó a tener bastante amistad-, ante cuya intervención tuvieron que ceder. Mal podían saber muchos de los integrantes de este Centro Cultural que su labor desinterasada en pro de la comunidad, en el sano deseo de elevar el conocimiento y la cultura de su pueblo, llegase a generar un odio por el que tendrían que pagar un alto precio.
En cuanto al cuadro de declamación, la aportación de Antonio fue más activa y gratificante. Su gran afición al teatro, el hecho de haber visto muchas y muy buenas interpretaciones, le llevaron a hacerse cargo de la dirección y montaje de varias obras, a costa de quitarle horas al descanso después de largas horas de trabajo en su taller, como por ejemplo el programa doble: El 1º de Mayo y La cizaña, de Pedro Gori y de Linares Rivas, respectivamente, representada el 30 de Abril de 1933 y otro programa doble La guerra estalla mañana, de Julian Gómez Gorkin junto a El último capítulo, de los Hermanos Quintero, que se representó el día 30 de Abril de 1936. Los dos títulos de esta última representación fueron toda una premonición de la tragedia que se viviría pocos meses después. Todas estas obras fueron representadas en el Teatro Diz, de Porriño, con lleno total, teniendo que repetirlas el jueves siguiente a su estreno a petición de los que no pudieron verla el primer día a causa de la falta de aforo.
Antonio y también Modesto Giráldez Ramírez, el actor principal del grupo -a quien Antonio quería mucho pues era el más puntual en los ensayos, el primero en aprenderse los papeles aún ucando eran los más largos de todos y que incluso llegaba a saberse el de sus compañeros, haiendo con frecuencia las veces de apuntador-, la que más le había gustado fuera Aurora, en aquellas fechas su autor, Joaquín Dicenta, era uno de los que gozaban de mayor prestigio en España, y esta obra figuraba entre las mejores de su autoría. La compañía había hecho un decorado especial que mantuvieron en el más estricto secreto: En el segundo acto, al levantarse el telón, el público se encontró con una verbena en la que no faltaban ni la orquesta, ni la iluminación propia de estos festejos que estaba compuesta por multitud de farolillos japoneses de vivos colores con su correspondiente vela encendida en su interior, que provocó el aplauso general del público durante varios minutos, con la natural satisfacción de los asistentes y de los organizadores. El éxito de esta representación les animó a llevar la función a Ponteareas, en donde actuaron en el Teatro Colón, con el mismo éxito que habían cosechado en Porriño
LA GUERRA CIVIL
El cambio experimentado en la vida social española con el advenimiento de la República, las reformas acometidas y el ritmo impuesto a los proyectos de los nuevos gobiernos crearon gran inquietud en las clases conservadoras y en los estamentos secularmente afines a ella. En su afán de frenar el impulso regenerador de los primeros momentos, los partidos de centro y derecha se aliaron en las elecciones del Noviembre de 1933, consiguiendo la victoria con Lerroux al frente. Este gobierno derogó muchas de las reformas del período anterior, reduciendo la construcción de escuelas y obras públicas, nombrando oficiales antirrepublicanos para los altos cargos del Ejército, etc. y en Octubre del 34, incorporó a su gabinete a tres ministros de la CEDA, de Gil Robles, lo que fue interpretado por la izquierda como un intento de acabar con la República, dando pié a las insurrecciones de Asturias y Barcelona las cuales fueron reprimidas cruelmente por el ejército y la Guardia Civil, provocando un gran resentimiento de la clase obrera contra los militares. El descrédito de este gobierno, su dejadez gubernamental y parlamentaria; los escándalos financieros acaecidos en ese período, obligaron al gobierno a anticipar las elecciones que el 16 de Febrero de 1936 dieron la victoria al Frente Popular (coalición de republicanos de izquierda, regionalistas, socialistas y extrema izquierda), que propició un gobierno presidido por Azaña, compuesto únicamente por republicanos, con el apoyo parlamentario del PSOE. En Mayo del 36 Azaña es nombrado presidente de la República y Casares Quiroga del gobierno. El triunfo del Frente Popular fue muy mal recibido por la derecha y el ejército que empezaron a fraguar el levantamiento militar que se iniciaría dos meses después. En este tiempo la situación del país es de continua agitación: se suceden las huelgas; se producen enfrentamientos callejeros entre la extrema derecha (falangistas sobre todo) y la extrema izquierda; asesinatos políticos. En este clima de tensión, el día 17 de Julio se produce una insurrección de la guarnición de Melilla y al día siguiente de la mayor parte del ejército, iniciándose la triste y dolorosa Guerra Civil.
Si toda guerra es cruel e inhumana, una guerra civil aún los es más. Lo contendientes pertenecen a un mismo país. Los simpatizantes de uno u otro bando son con frecuencia componentes de una misma familia. Las trágicas consecuencias que de ella se derivan no terminan cuando la guerra se acaba. Sus secuelas permanecen durante años en la convivencia nacional. Y, en el caso de la Guerra Civil española, estas secuelas duraron excesivo tiempo ya que el régimen franquista en sus cuarenta años de existencia no hizo nada por restañar las heridas del enfrentamiento fratricida, llegando incluso a mantener durante todo ese tiempo la fiesta del 18 de Julio en la que conmemoraban la insurrección militar (que ellos llamaban Alzamiento Nacional), contra un régimen legitimado por las urnas.
Para ti, nobre e querida compañeira no aniversario dos nosos fillos Esteban, Antonio, Carmen,
Eduardo e Oscar.
¡FILLOS NOSOS, QUERIDIÑOS, QUEN OS POIDERA BICAR!
¡Fillos
nosos, queridiños,
quen os poidera
bicar!
¡Bandada de
paxariños
qu’inda non
poden voar;
froito d’os
nosos amores,
que pasamos
p’os criar
tantos
traballos, delores
é noites sin
descansar!
Once anos
fai Esteban;
Antonio dez
anos fai;
a nosa linda
Carmiña
seis anos
vai completar.
N’eses días
tan lembrados
¡quen os poidera
bicar!
Esteban o
guapo mozo,
de tanta
formalidá
e tan
garbosa presencia,
o vel’o ha
de dar gozo
c’o a sua
cara morena
e unha mirada serena
que d’iz a
sua bondad
e preclara
inteligencia.
Antoniño o
festexeiro,
o dos ollos
brincadeiros,
grandes
c’oma dous luceiros
nun ceo
claro a relumbrar
ten o
encanto feiticeiro
da sua risa
cantarina
c’oma a auga
cristalina
no regato a
marmullar.
O gracioso
Eduardiño
ese
inteligente neno
que de corpo
e pequeniño
c’oma o día
en que naceu,
anque de
corpo pequeño
e pouquiño o
que creceu,
ten tanta
grandeza d’alma
e tan firme
voluntá
que dentro
da sua calma
unha palabra
que dá
vale por
unha escritura.
¡Que rapaz
tan cariñoso!
¡Que xoia de
criatura!
¡Pouco
acordo d’Oscariño
que o
permita contar!
¡Deixeino
tan pequeniño
q’apenas
sabrá andar!
¿Mais non te
acordas querida,
cando a hora
de xantar
non lle
gustaba a comida
ou non facía
un irmán
os
cunqueiros q’el quería?
¡Tiraba c’o
plato ‘o chan
nun arranque
de enerxía!
¡Que trabón!
¡Que remoíño!
¡Con que
xenio pateaba
se algun de
nos intentaba
facerlle
soio un cariño!
E un
carácter enteiro.
Nada lle ha
de resistir…
Ese fillo
derradeiro
paréceme que
nasceu
para mandar
e dirixir.
Vamos agora
a facer
a gabanza da
ruliña.
D’esa nena
modosiña
que ha de
chegar a ser
se conserva
a sua vida
unha muller
exemplar.
Reune todos
os encantos
é perfección
requerida.
Ollos de
dulce mirar
e unha cara
redondiña;
a boca tan
pequeniña,
parece unha
miniatura.
¡E que
gracia no falar!
¡Que bonita
dentadura!
O talle
d’unha palmeira;
o cutis
d’unha finura,
e de color
tan rosada,
c’oma luz
d’unha alborada
nun día de
primaveira.
Ten a risa
de cristal;
unha risa
tan sonora
e de gracia
encantadora
c’oma a
escala musical.
Se de cara
‘e agraciada
‘e de corpo
tan airosa,
de virtud
está prendada.
E formal e
juiciosa,
ten firmeza,
ten talento;
é alegre e
cariñosa
é nobre de
sentimento.
¡unha
pombiña sin fel!
¡Unha frol,
un carabel!
¡E unha
arquiña de bondá!
Eu gardo
miña ruliña,
o teu
cabeliño d’ouro,
c’oma si
fose un tesouro
da mais alta
calidá.
¡Son bonitos
c’oma soles!
Son un
ramiño de froles
os catro
nenos e a nena
que nascidos n’un xardín
n’unha
primaveira amena
teñen o
color das rosas,
o arume do
xazmín
é a pureza
d’azucena.
Teñen a
herencia das nosas
ilusions,
que van morrendo,
e agora van
renacendo
n’esas
prendas tan queridas,
c’oma froles
cultivadas
no xardín
das nosas vidas.
Son as
froles delicadas
que nacen do
sentimento,
que todos os
fillos son
unhas rosas
desprendidas
do rosal do
corazón.
¡Froito dos
nosos amores,
que pasamos
pr’os criar,
tantos traballos,
delores
e noites sin
descansar!
¡Bandada de
paxariños
qu’inda non
poden voar!
‘Fillos
nosos queridiños,
quen os poidera
bicar!
Noviembre-Diciembre del año
trágico de 1.937
Nuestro
padre
F E L I C I D A D
Soneto
¡Felicidad! Espectro de la vida.
Faro de la ilusión, fuego potente,
que aviva con su fuego refulgente
la pasión en el alma dolorida.
Mil veces procuraron tu guarida
los amores de mi edad adolescente;
una Diosa de ti forjó mi mente,
que por más anhelada más querida.
No quieras envolverme en tu cadena
pués hoy que mi esperanza se marchita
como flor de un rosal seco de pena,
mi tristeza contigo no se quita;
de mi pecho el amor no se serena.
Es tarde ya; ya no te necesita.
HACIA OTRO MUNDO MEJOR
Si en horas de dulce calma
contemplo desde la orilla
blanca y ligera barquilla
cruzar el mar sin temor,
dejo que el mar de mis penas
tranquilo cruce, en bonanza,
la barca de mi esperanza
¡hacia otro mundo mejor!
Si tras el agreste monte
veo ocultarse a lo lejos
del sol los puros reflejos
lanzando vivo fulgor,
dejo que, en nubes de grana,
se lleve el astro del día
cenizas de mi alegría
¡hacia otro mundo mejor!
Si en las pasadas venturas
detengo mi pensamiento,
en tanto que troncha el viento
lozana y fragante flor,
dejo que mezcle piadoso
su perfume con mi llanto
llevando aroma y quebranto
¡hacia otro mundo mejor!
Si oigo los dulces trinos
con qué, anidada entre flores,
llora el ave sus dolores
o entona cantos de amor,
ruégole que oiga un instante
quejas de mi triste duelo
llevándolas en su vuelo
¡hacia otro mundo mejor!
Si en fin, yo considero
que no ha de ser apreciado,
comprendido ni ayudado,
mi esfuerzo de luchador,
dirijo mis intenciones,
mis fatigas y desvelos,
mis esperanzas y anhelos
¡hacia otro mundo mejor!
Te mando este
obsequio, que es lo único que tengo. Vale poco; pero si crees que lo debes
guardar, guárdalo. El mundo mejor que yo deseo no es el que nos rodea, si no el
que espero y deseo para nuestros hijos. Así sea.
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