domingo, 24 de noviembre de 2019

A la memoria de Carlos Arita Valdivieso

Del libro El hombre en busca de sentido" de Viktor Frankl (pag. 78):

"Los escasos "placeres" de la vida del campo no constituían  sino una especie de felicidad negativa -"la ausencia de dolor", en expresión de Schopenhauer-, por tanto, eran una alegría relativa. Los placeres positivos escaseaban, incluso los más pequeños. Recuerdo haber confeccionado un día una especie de contabilidad de los placeres diarios, y haber llegado a la conclusión de que en varias semanas había experimentado solo dos momentos placenteros. Uno sucedió a la vuelta del trabajo, cuando fui admitido  en el barracón de cocina, tras una larga espera, y asignado a la fila que atendía F., el cocinero-prisionero. Detrás de las enormes cacerolas, F. servía la sopa con endiablada rapidez en los cuencos que le presentaban los prisioneros. Era el único cocinero que repartía la sopa a todos por igual, sin discriminar entre los hombres, sin reparar en la persona y sin favoritismos con sus amigos o paisanos, como hacían otros cocineros que reservaban las patatas del fondo a sus amigos, y los demás debíamos conformarnos con la sopa aguada de la superficie".

F., el prisionero cuyo nombre está reducido a una letra, en medio de la ignominia de un campo de concentración, era un hombre que se resistía a aceptar el poder material de un hombre sobre los demás. ¿Quién dice que en un campo de concentración no hay espacio para los valores?. Cuando en medio de esa deshumanización surge un gesto de autoridad moral eso genera un momento de felicidad... para aquel que es una persona libre y no un siervo.

El 20 de noviembre, en el día de su cumpleaños, murió en Honduras el padre de mi amigo Carlos Arita. Carlos, lo mismo que muchos, está lejos de su hogar. Vive en A Coruña, en donde se ha radicado para darle a su familia un futuro más seguro y estable que el que podrían tener en Centroamérica. Carlos es un ser excepcional, y parte de su excepcionalidad ha sido las enseñanzas y ejemplo de su padre. Por ese motivo, siempre estaré agradecido a Carlos Antonio Arita Valdivieso por haber legado al mundo un hijo como Carlos.
Se nos olvida, y nos hacen olvidar, que somos producto de una cadena de eventos felices. Hemos tenido 2 padres, 4 abuelos, 8 bisabuelos, 16 triabuelos, 32 tetrabuelos... hombres y mujeres que el día en que tenían que estar estuvieron para engendrar a los que nos precedieron. Veo la foto del padre de Carlos y es tan parecido al hijo. Si, ya se que Carlos lleva el 50% de los genes del padre, pero el parecido es tan notable que me hace pensar en lo mucho que tenemos de nuestros padres. Es tanto que hablar de porcentajes es quedarse corto.
Con David Ortega, en un restaurante de Manta, mientras todavía éramos personas

Un amigo, David Ortega, una noche en Manta en la que estábamos bebiendo, me dijo, en medio de los efluvios del alcohol, que en mi se notaba claramente cuando hablaba yo y cuando lo hacía mi padre. Y es verdad. En ese momento noté que David me había escuchado y que me había entendido. A mi me pasa también con Carlos.

Crecer con personas a las que amamos y respetamos a veces no es fácil. Queremos y nos olvidamos frecuentemente de escuchar nuestras propias voces. Crecemos, gozamos, vivimos... y de repente todo pasa y encontramos, al igual que le ocurrió a Viktor Frankl, que el placer más grande ha sido encontrarnos cara a cara con un hombre recto.
Hoy despedimos a Carlos Arita Valdivieso. Frente a su pérdida está nuestro compromiso con sus ideas y nuestra obligación de transmitírselas a nuestros hijos. Son ideas respaldadas con su vida y también en el fruto que son sus hijos. Habrá muchos libros, muchos discursos, pero en el fondo seguimos siendo los humanos de siempre, alrededor de un fuego, contándonos historias. Las historias que contamos a nuestros hijos son siempre importantes porque sabemos que un día no estaremos y SABEMOS que esas historias estarán ahí para reconfortarles, para hacerles sentirse más sabios y más valientes. Gracias a todos los que nos han equipado para ser felices, para ser cimiento y simiente. Ojalá que tenga tiempo para que mi hijo Antón pueda estar conmigo y escuchar mis historias.
Consenso y transformación nacional de Carlos Arita Valdivieso
Carlos Arita (padre) de joven