El escultor Bek trabajó para el faraón Akenaton. Era uno de los artífices del estilo amarniense. Este estilo se caracterizaba por ser mucho más naturalista que el estilo anterior mucho más hierático y solemne. El estilo amarniense responde a un cambio estético que fue favorecido por un intento de cambio político.
El faraón quería
acabar con el poder del clero para fortalecer el del estado. Para ello, trató
de cambiar el sistema politeísta egipcio por otro monoteísta en donde Atón, el
sol, era el dios supremo indiscutible. De esa manera, Akenaton se vio
legitimado para quedarse con las propiedades que había acaparado la casta
sacerdotal, algo que han hecho los reyes varias veces a lo largo de la
historia. Todo cambio político y religioso necesita de legitimación. El estilo
amarniense era una revolución estética, una batalla cultural por el cambio político-religioso
del nuevo régimen.
La estética es una de las cinco ramas de la filosofía. Como rama es la que se considera más endeble, un conocimiento poco profundo y voluble. Sin embargo, la dimensión estética de las cosas es imprescindible ya que impacta a nivel cognitivo de una manera contundente. Este efecto viene acompañado de una sensación de atracción o de placer especial, único o particular, que produce agrado o también, shock, o desagrado. El agrado y el desagrado es el efecto último de lo estético en el mensaje.
Son los artístas los que plasmaron esos soles acabados en manos característicos del culto a Atón: una especie de pacto entre la divinidad y los humanos. Akenaton quería trasladar a sus subditos la idea de un nuevo orden. El de la divinidad con su fieles, sin la interferencia de la casta sacerdotal. Por eso mismo, como arte, perseguía la naturalidad, o la transparencia, como se dice actualmente. Lo que subyace es un mensaje moral frente a la amoralidad y rapacidad de los sacerdotes.
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