En la tranquilidad de sus casas de campo los escritores rusos pudieron vislumbrar que estaba naciendo un nuevo tipo de hombre. Un hombre urbano, banal, sin demasiados vínculos y de palabra volátil. Varios autores, hasta donde yo conozco, trataron el tema:
En "Un héroe de nuestro tiempo" Mijail Y. Lérmontov retrata a un hombre joven, citadino, al que exilian de Moscú. Se va a vivir al Cáucaso. Allí conoce a un lugareño con el que hace buenas migas. Salen a cazar juntos, se hacen confesiones, pasan jornadas inolvidables. La situación política cambia y el citadino regresa a la capital. Pasan los años y regresa en una misión oficial al Cáucaso. El lugareño acude ilusionado a reencontrarse con su amigo. El reencuentro es frío y distante. El lugareño se da cuenta de que nunca le consideró como un igual, que a sus ojos él nunca había pasado de ser un guía, un sirviente.
En "Diario de un hombre superfluo" Iván Turguénev describe a un burócrata que se siente rey en un pequeño villorrio hasta que aparece un príncipe citadino mucho más rico, más influyente y encantador que él. Se ve involucrado en un duelo con el príncipe al tratar de conquistar el corazón de una muchacha, la cual ya se ha decidido por el más encantador, influyente y alto de los dos, el príncipe. ¿Está enamorado el protagonista, el hombre superfluo, de la chica? ¡Qué va! Es una persona que escoge algo tan importante como a la persona amada por las circunstancias, sin tener ningún respeto ni empatía por la misma. Decididamente un hombre superfluo como lo son los motivos que le mueven.
¡Cómo vio venir la plaga del narcisismo! En su libro "El sueño de un hombre ridículo" Dostoievski dice: "Todos empezaron a ser tan celosos de su persona que procuraban, por todos los medios, humillar y menoscabar a los demás, convirtiendo esto en la finalidad de su vida".
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